El ascenso a San Cristóbal.

Rímac, 21 de septiembre de 2013.

El Apu protector de estos dominios nos recibe con una fina neblina que dificulta ver los confines de la ciudad y al Pacífico que baña su costa. A sus 400 metros sobre el nivel del mar la visión que tenemos de la hermosa y caótica Lima es la de una urbe indómita en su desordenada grandeza, transformada por los siglos, las migraciones y el desmesurado crecimiento demográfico.


Desde lo alto del cerro se puede apreciar como la modernidad va de la mano con el gran pasado de esta poética villa que aún conserva ese aire y garbo colonial, que la hizo merecedora del nombre de la tres veces coronada Ciudad de Los Reyes. 

Cuando las cosas no se planifican se disfrutan más. Luego de haber almorzado en un restaurante cerca de la plaza mayor y estar paseando por los alrededores del centro histórico, a Sergio y a mi se nos ocurrió realizar el recorrido turístico que incluía la subida al cerro San Cristóbal - no puedo negar lo nervioso que me ponía la idea -, aquel cerro con su intrincado sistema de escaleras y un laberinto de calles se abría paso ante nuestros ojos. 

Al llegar a la cima la imponente cruz de 20 metros de alto, ubicada en un extremo de la explanada que mira a la ciudad, dominaba todo el paisaje y los turistas aprovechaban la oportunidad de registrar el momento e inmortalizarlo en fotos que quedarían grabadas en teléfonos móviles (los BlackBerry muy de moda) y en cámaras digitales. Cada persona jugaba a la idea de ser un gigante sobre la ciudad, nosotros no fuimos la excepción y nos rendimos al poder de la cámara, perennizando el momento, aquella agradable salida, en unas simpáticas fotos. 

Así de encantadora fue la tarde de sábado previa a mi 28º cumpleaños.

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