La abolición de la monarquía francesa.


París, 6 de agosto de 1792.

Todo es excitación en París, la gente corre por las empedradas calles. Las madres salen en busca de sus hijos para mantenerlos a salvo, en medio de la confusión están seguros que algo muy importante está por ocurrir, algo que cambiará sus vidas para siempre. Este día es particularmente soleado y caluroso, pese al inclemente sol todos abandonan sus casas, la mayoría vistiendo harapos y descalzos, con la fatiga en sus rostros. 

Entonces se escucha un gran alboroto, desde el sur, Marsella, vienen tropas conformadas por más de setecientos republicanos, armados con rifles y bayonetas que bajo el candente sol de mediodía marchan cantando una nueva y extraña canción. Todo está listo para terminar con la monarquía. 

Allons enfants de la patrie, Le jour de la gloire est arrivé… 
Vamos hijos de la patria, el día de la gloria ha llegado... (La Marsellesa)

Un mes atrás se declaró en peligro a la patria. Ejércitos austriacos y alemanes llegaron en defensa de la Familia Real y tal acto se tradujo en traición, por eso se exige derrocar al rey. El pueblo está cansado y hambriento, aún así darán batalla. París está desabastecida, debido a que en los últimos meses ha sido escenario de violencia.

París, 10 de agosto de 1792.

En el palacio de las Tullerías todo está preparado para el contraataque, la Familia Real se resguarda en sus aposentos. La Guardia Suiza está compuesta por más de novecientos hombres disciplinados, férreos y valientes dispuestos a morir. La Guardia Nacional toma sus lugares, los cañones están en sus puestos, todo bajo el mando de un oficial apellidado Mandat, a quien el rey le deja ir a negociar con los sublevados, sin imaginar que horas más tarde su cadáver terminaría flotando en el Sena.

En las calles la confusión reina, la población toma las armas, se hacen de picas, lampas y palos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos por igual van a la lucha en defensa de la patria. Los cañones rompen la tranquilidad y el ambiente se satura al olor de la pólvora. La gente se dirige al palacio; ante la pérdida de Mandat los soldados necesitan de alguien que los aliente, pero Mandat ya no estaba para ello. El pueblo armado se aproxima dispuesto a entregar su vida, en ese momento Luis XVI sale hacia las rejas donde se encuentra la guardia para darles aliento, pero el rey en lugar de mostrar una majestuosa y viril presencia, sale desgarbado, somnoliento y despeinado a decirles: “¿No es verdad que nos batiremos valientemente?”, al ver y oír esto muchos de los guardias se pasan al enemigo, en lugar de gritar: “¡Viva el Rey!” gritan: “¡Viva la nación!”, el pobre monarca está destruido y la gente no tarda en insultarlo, la reina María Antonieta ve todo esto desde su ventana y con amargura exclama: “Todo está perdido”.


El pueblo toma por asalto el Palacio de las Tullerías

Una vez dentro del palacio el rey es abordado por sus consejeros, uno de ellos le dice que no libre batalla alguna y que se refugie en la sede de la Asamblea Nacional, la reina al contrario de lo que dicen los asesores insta a su marido diciendo: “Señor mío, tenemos aquí las fuerzas suficientes y ha llegado por fin el momento de saber quién debe obtener el triunfo, si el rey o los sublevados”, el rey mira a su mujer y no le hace caso, tantas veces había escuchado a su esposa, tantas veces la había complacido, pero esta vez pierde la corona sin batalla, de esta forma la gloriosa dinastía de Borbón llegaba a su fin. Todo París está movilizado, atacar es inútil y resistirse imposible.


De esta forma ya por la tarde los reyes salen por una puerta lateral del palacio y van rumbo a la Asamblea, allí al menos pueden estar más seguros. Los monarcas abandonaron las Tullerías sin avisar que lo hacían y que por eso era inútil pelear, pero el pueblo logró entrar al palacio y reducir a los guardias suizos quienes se defendieron terriblemente. Puertas y ventanas, espejos y muebles nada impide el avance a los revolucionarios que destruyen todo cuanto ven a su paso, el aire de París se enfurece nuevamente al olor de la sangre.

Mientras el pueblo vencía, la familia real se protege en la asamblea, el rey, la reina, sus hijos (Madame Róyale y el Delfín) junto a Madame Elizabeth, hermana del rey, quedan enjaulados en un palco que estaba cerrado con maderas y clavos para estar a salvo de la multitud enardecida, en este estado el rey pierde la poca majestad que le queda.


La Familia Real se oculta en la Asamblea Nacional 

Durante la noche el gobierno revolucionario propone enviar a la Familia Real al palacio de Luxemburgo, pero finalmente se deciden por el Temple una inexpugnable fortaleza medieval de la cual no podrían escapar.

Paris, 13 de agosto de 1792.

El rey y su familia son enviados al Temple y se destinan para ellos las habitaciones más pequeñas y sencillas, todo lo contrario a lo que tenían y disfrutaban en el magnífico palacio de Versalles. Para quitarles todo signo de majestad dejan de ser la dinastía Borbón y a modo de burla les llaman la familia Capeto.


Luis XVI y su familia en la prisión del Temple

Los reyes están tristes, preocupados por su situación y destino, aún así esbozan una leve sonrisa y se toman de la mano, ahora más que soberanos son esposos y amigos, compañeros de naufragio. La familia está unida, es lo más importante y todo depende de cómo avancen los acontecimientos. Ya es de noche, ahora son ciudadanos y los tratamientos de Madame y Monsieur están prohibidos so pena de muerte. De esta forma Luis XVI y María Antonieta, dejan de ser reyes de la antigua y absoluta monarquía francesa, ya no son los reyes de Francia y de Navarra, ahora son prisioneros y están a merced de la Nación.

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