Subiendo a la cascada de Antankallo

Matucana, 10 de Abril de 2009. 

Salimos de la zona de campamento, en Matucana, alrededor del medio día, debíamos emprender un camino cuesta arriba para llegar a nuestro destino, la cascada de Antankallo, una caída de agua con más de 40 metros de altura ubicada a 3.5 kilómetros al sur este del distrito de Matucana en la provincia limeña de Huarochirí. Según los lugareños, llegar hasta ese lugar nos tomaría entre una y dos horas para subir por la empinada pendiente.

Me adelanto un poco dejando rezagados a mis amigos (Edgar, Marco, Daniel y Elvis), quiero llegar rápido. Mi interés aumenta porque estar en este hermoso lugar despierta mi curiosidad, descubrir la famosa cascada de la que todos los viajeros hablan. En el trayecto mucha gente baja y sube por el único camino existente, exhaustos, pero contentos.

El camino es muy estrecho y bastante accidentado, está lleno de abundante vegetación; a esta zona se le denomina la estepa andina, debido a la humedad presenta toda clase de líquenes, hierbas medicinales y musgo. Toda la montaña está cubierta por una alfombra verde de distintas tonalidades en la que resaltan pequeñas flores amarillas que alumbradas por el fuerte sol de Viernes Santo brillan de manera fulgurante. El cielo es un espectáculo aparte, tiene ese color azul intenso, típico del cielo serrano, las nubes, los grandes nimbos, se asemejan a enormes camas de algodón que invitan a recostarse y saltar sobre ellas, es como si Dios mitigara nuestro cansancio ofreciéndonos este bello paisaje.


Siguiendo nuestro recorrido cada vez la subida es más empinada, hay mucha gente descansando en el camino, un  grupo de niños exploradores baja rápidamente llevando leña para su campamento, otros simplemente toman fotografías capturando así el paisaje. Me detengo a descansar y esperar a mis amigos que ya se acercan, pues llevan a cuestas mochilas, carpas y algunos alimentos que compramos en Chosica. Edgar es el primero en alcanzarme, se le nota muy fatigado, su mochila es la más pesada, se sienta sobre una pequeña roca y conversamos. Mientras descansamos comentamos nuestras expectativas sobre la cascada, entonces se aproximan los demás, pero al poco tiempo continúan el camino dejándonos atrás. Edgar y yo intercambiamos mochilas (en realidad la suya pesaba demasiado) mientras subimos nos apoyamos el uno al otro (él más a mi por lo pesado de su carga).

Mientras más avanzamos pensamos que detrás de cada curva estaría nuestro destino, pero contrario a ello hay más camino. Tenemos que ser cuidadosos en este tramo, estamos en una montaña, el camino tiene de ancho poco más de dos metros, por su borde un precipicio desde donde se puede ver abajo en el valle al serpenteante río que desde nuestra posición se asemeja a una blanca cinta de seda.

En cierto tramo y para suerte nuestra, un poblador de la zona baja a lomo de caballo, este hombre nos ofrece llevar el equipaje sobre el equino por tan solo cinco soles, de inmediato (sin pensarlo) pagamos y pusimos casi todas nuestras cosas en el animalito cuyo nombre le hace honor al color de su pelaje, “El negro”, este negrito sí que nos fue muy útil, pero solo hasta cierto tramo porque más arriba el camino era mucho más estrecho y el caballo ya no podía pasar.

Cansados pero felices de estar en este maravilloso lugar

En este punto alto el camino es más rocoso y lleno de guijarros, podemos ver mayor cantidad de gente, esto significa que estamos cerca, mis amigos se adelantan y me detengo a contemplar las enormes rocas que forman la montaña, me acerco y detrás de una curva oigo el ronco rugido del agua cayendo sobre las rocas, eso me entusiasmó. Al terminar la curva ciega me encontré con lo esperado, la cascada de Antankallo. Mis amigos ya están en la pequeña meseta que sirve de mirador a la cascada y tan solo me separaba de ellos un rústico e improvisado puente de troncos; el mirador estaba repleto de turistas, una vez allí, contemplar aquel bello espectáculo fue maravilloso, pues se trataba de una enorme cascada de agua tan espumante cayendo por la herida de la montaña formada por miles de años de erosión con agua proveniente del deshielo del nevado Pariakaka.

La cascada de Antankallo 

Estamos a 2.720 metros sobre el nivel del mar, el aire es puro y la respiración un poco más forzada, pero eso no nos impide disfrutar del paisaje, el sonido del agua al golpear la roca es música para nuestros oídos y alegra nuestras almas, las minúsculas gotas de agua acarician nuestras mejillas. Llegamos al final del camino, ya no hay más a donde ir. La cascada cae en medio de una quebrada encerrada por el cerro formando una especie de “U”. Ya con menos gente en el mirador, quedamos pocos campistas, ubicamos nuestras carpas en un extremo del lugar frente a una gruta, exploramos un poco el sitio cuando de repente se desata una lluvia obligándonos a permanecer dentro de las carpas. La lluvia es muy persistente y en la carpa solo tenemos la opción de conversar y contar algunas historias o leyendas típicas de la sierra.

La noche en este paraje es muy oscura, pero por detrás de la montaña de la cual cae la cascada se asoma una hermosa y grande luna llena alumbrándonos con su pálida luz resaltando el blanco de la espuma del agua, uno de los picos de la montaña se interpone a su paso dejando ver la manera de como un claro de luna cae sobre el campamento, al igual que una flecha de la mitológica Diana. La noche esconde muchos misterios, criaturas salen de sus escondites, murciélagos revolotean a nuestro alrededor.

Es hora de dormir, pues la lluvia arrecia nuevamente y mañana muy temprano debemos regresar a casa, y compartir nuestras experiencias en este mágico lugar. Conocer Antankallo fue genial, en mi caso una comunión con la naturaleza donde lo material no cuenta. Nunca olvidaré esta experiencia la cual atesoraré con mucho cariño en mi corazón.

Comentarios

  1. Yo recuerdo haber ido a un paseo con mis primos, caminamos como 6 horas, termine agitado, lo bueno fue que había estado entrenando, pero los demás estaban fuera de forma y tuve que arrastrar y cargar a mis potenciales cuñadas. Cuando bajábamos se veía mas fácil, pero aun asi fue una odisea volver a casa, las cataratas de Kalapala, están cerca de donde estuviste tu, luego volvimos a matucana a comer un apanado kilométrico.

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    1. Hola Gary; esas excursiones son inolvidables. A las cataratas de Palacala aún no he ido, está en mis planes ir allá, eso queda en San Jerónimo de Surco!!!! Me encantan los paseos de este tipo.

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